Se le llama así al método de adivinación
que utiliza la sal para sus augurios. Es una mancia muy remota, ya que nació en
la época de la Roma antigua.
La sal era tan preciada porque se
trataba de un producto muy escaso y era complicado que lo obtuvieran los
pueblos alejados de las zonas costeras. Era común el tráfico de la sal, un bien
muy buscado tanto para diferentes rituales, ceremonias y ofrendas, como para
tener una buena salud. Además era una forma de pago.
De hecho, la palabra salario
tiene su origen en que se les pagaba a los soldados romanos con saquitos de
sal, y viene del latín salarium, “pago con sal”.
Por tanto, ningunear la sal o el
hacer que por un descuido se derramara, se consideraba como una ofensa a los
dioses paganos. De hecho, aun hoy en día tirar la sal o pasarla de mano en mano
es sinónimo de mala suerte, y para evitar esos efectos dañinos hay que tirar
algo de sal del salero hacia atrás sobre el hombro izquierdo.
A partir de su carácter sagrado
se asocio la sal al fuego como un método adivinatorio. La forma de hacerlo es
muy sencilla: se arrojan unos granos de sal al fuego, con un movimiento rápido,
y se escucha el ruido o chisporroteo que producen.
Dependiendo de su fuerza al
crepitar, así se realiza la interpretación, es decir, si los granos crepitan
con fuerza, es un signo positivo de fortuna.
Pero si suenan débiles y casi sin
fuerza, es que la fortuna no está demasiado cerca. Además del interpretar el
ruido, también se leen las formas del humo formado por la combustión de la sal
en el fuego, o la naturaleza de las llamas formadas. Así, el futuro se presenta
bastante bueno si las llamas son claras y brillantes.
Además de arrojar la sal a la
hoguera, la alomancia suele practicarse actualmente vertiendo una cucharadita
de sal sobre una bandeja, mesa o superficie plana, e interpretando las formas
que deja el azar.
Fuente: Las Mancias
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